Va una caótica e irreverente reflexión acerca de un personaje literario de los que sólo conocen bien los muy avezados lectores:
¡La Maga!
¡Todas quieren ser la maga!, dijo Julio Ortega hablando acerca
de Rayuela, y yo pienso, ¡qué extraño! ¿de verdad todas las lectoras de Rayuela
querrán ser la Maga?, ciertamente toda una generación de
mujeres jóvenes en 1963, cuando se publicó Rayuela decían eso, y no es nada difícil pensar que muchas deseaban ser como esa mujer que nadaba los ríos metafísicos con ingenuidad y alegría, pero ¿también querrían ser la que leía una novela y apenas terminada olvidaba
de qué se había tratado…? ¿será?, el caso es que yo creo que las lectoras del
2013, (nótese, he dicho las lectoras, no las mujeres en general, ser lectora es
ser un tipo especial de mujer) a cincuenta años de su publicación, difícilmente
desearían vivir las situaciones que vivió la Maga, difícilmente podrían tolerar tan sumisas el maltrato de Oliveira… las lectoras de Rayuela, para ser lectoras cómplices e ir construyendo el sentido con los datos que Cortázar nos da, han de ser
mujeres pensantes, y es que para leer Rayuela de verdad y avanzar por el
laberinto que Cortázar construyó se necesita algo que es totalmente
incompatible con lo que representa la
Maga, se necesita un intelecto más bien parecido al de Oliveira… qué curioso, entonces... ¿no sería mejor
decir, que todas admiramos a la Maga, que todas las lectoras de Rayuela vemos
en la Maga el espíritu puro y libre, la belleza de lo sencillo, sus raptos de honestidad sin tapujos, pero de ahí a desear ser la Maga hay un
buen trecho. Desear ser la Maga, implica, si seguimos de cerca lo que se
revela acerca de ella, desear ser una mujer que pone en peligro a su hijo, una
mujer para quien su bebé está en segundo plano; una mujer violada… varias
veces. Ahora ¿cuántas se anotan? aquella que diga tan fácil y a la ligera, con
cara de éxtasis, que desearía ser el personaje de Cortázar, o no se da cuenta
de lo patética que fue la infancia y juventud del personaje, o no ha leído la
novela, o leyó sólo algunos capítulos, los primeros, donde la relación de la
Maga y Oliveira es una relación extremadamente erótica, donde no hay rutinas
sino destinos a la vuelta de la esquina. Donde sus juegos amorosos hechizan y
su pasión subyuga. Donde las frases se te clavan hasta las entrañas y te las
guardas en el alma para toda la vida. Esa es la primera parte de Rayuela, y
ahí, indiscutiblemente, los personajes se ganan nuestra afiliación ciega, pero, debido a la
complejidad de la novela, y a pesar de ese primer clavado en la maravilla, muchos
no siguen adelante, porque conforme avanzamos Cortázar juega cada vez más rudo tanto con sus personajes como con nosotros, y pocos aguantan el round.
Soberana ambivalencia que es la Maga, queremos ser ella
cuando es amada por Oliveira hasta el delirio, cuando a los amantes no les
bastan las palabras y tienen que inventarlas, queremos ser la Maga cuando el
Club de la Serpiente, los amigos, la necesitan para hacer contrapeso y
equilibrar un poco sus cargados cerebros, llenos de datos; cuando la admiran
por sencilla, pero no cuando la tratan de tonta (las más de las veces), ni cuando
Oliveira la abandona porque el bebé vive con ellos y a él le estorba. Ni cuando
se le muere su hijo y precisamente en ese momento fatal la deja sola.
En realidad, Rayuela, como El Quijote, son esas novelas de
las que todos hablan, pero pocos han leído, y de esos pocos, ¿cuántos la habrán
entendido realmente? Los personajes ciertamente se salieron ya del libro y tienen
vida propia, le pasó a la Maga igualito que le pasó al Quijote, andan por ahí
como arquetipo. Pero sus entrañas, ¿quién se asoma de verdad a ellas?
La Maga es un nuevo Sancho, sencilla y torpe, pero
entrañable, se gana nuestro corazón; es eso que todos somos, pero que
desearíamos no ser (porque alguien, que ya ni sabemos quién, nos dijo que
estaba mal serlo), por eso, digo, no es que todas las lectoras de Rayuela
queramos ser la Maga, es que al leer descubrimos que somos o hemos sido la Maga,
y no queremos serlo, es que mucho trabajo nos ha costado salir de ese estado
de ignorancia al que la sociedad había sometido a la mujer, y qué difícil nos ha sido entender el mundo y sus sinrazones… y en realidad no es que lo
entendamos, sino que nos acoplamos a ese molde aunque esté deforme.
En qué
rollos me metí, ¿quiero ser la Maga? No, pero lo soy, en el fondo mi esencia
femenina está ahí reflejada y lanzando múltiples destellos, como un prisma. Hay
cosas de la Maga que rechazo, como su descuido ante el hijo, y su amor a un
hombre que no sabe valorarla, pero hay cosas que definitivamente quisiera
conservar, su fluir simple por la vida, su estar en el momento, su habitar el
mundo sin complicaciones existenciales.
Así que, en honor al laberinto por el que Cortázar nos
lleva, saltando de un capítulo a otro, avanzando y retrocediendo, ora del lado
de aquí, ora del lado de allá, vuelvo al principio, ¿de verdad será que todas
las lectoras de Rayuela desean ser la Maga? no sé, sólo puedo contestar por mí:
que sí que no, y que el cuento se acabó (en realidad mejor prefiero ser Talita... y decidir hacia cuál lado del puente me dirijo).
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