Por Yolanda Ramírez Michel
Atemanica
es una de las 34 rancherías en las inmediaciones de la Sierra de Tequila en
Jalisco. Tiene una población que
apenas excede las 300 personas.
Comparada con los modernos fraccionamientos de
la ciudad, Atemanica puede ser descrita a cualquier citadino como otro mundo. Y
así mismo, para los habitantes de esta u otras rancherías también nosotros
somos poco más que extraterrestres en su cosmos psíquico.
Jalisco y sus encantos ocultos. Pueblos y rancheríos no tomados en cuenta por el vertiginoso poderío de la modernidad. Comunidades que parecen salidas del realismo mágico.
Guadalajara se alza en su gigantismo y su
exceso como una mancha urbana que ya ha engullido a Zapopán y otras periferias
con su estrés. Muchas poblaciones de menor envergadura conforman la geografía
de Jalisco. No podemos hablar de todas, pero queremos hablar de Atemanica, como
si fuese ella un fractal y reprodujera esas otras pequeñas realidades que no
alcanzamos a notar encantados por la ilusión del progreso.
La aventura se gestó desde que Blanca Alicia
Martínez vio una entrevista que realizó Camila Melo, de la editorial
Panamericana. La entrevista fue para que yo les contara acerca de mi último
libro: Nimué, la dama de los cuentos (continuación de La maestra
Milagros). Blanca aprovechó lo bueno de las redes para contactarme e
invitarme a Atemanica a la inauguración de dos rincones de lectura.
No me ocultó lo agotadora que prometía ser la experiencia.
No me ocultó lo enclavado en la sierra que estaba nuestro destino.
Ella deseaba llevar a los niños de la primaria
Benito Juárez de Atemanica mis libros, pero también deseaba llevar a la autora.
¿Qué hechizo convierte a alguien de carne y
hueso, en una entidad que anima y genera tal expectativa?
-No sabes lo
importante que será para estos niños conocer a una escritora- me dijo.
Llevar a un escritor a que lo conozcan sus
lectores a veces nos hace sentir un poco como animalitos de feria… nosotros sólo queremos estar en casa,
escribiendo.
Pero… esta vez, algo en su plan y algo en la
manera de contármelo me causó ternura y entusiasmo, y dije sí.
Y entonces, uno, mortal cargado de achaques e
imperfecciones, se ve convertido de pronto en detonante de asombros.
Dije sí sabiendo que el viaje sería largo,
intuyendo también que a Atemanica se habría de llegar por senderos de grava,
saltando sobre baches y rocas que las lluvias colocan ahí donde las llantas no
debieran encontrarlas.
Y así, premiados por paisajes insólitos,
árboles de ensueño, presas imponentes, riachuelos de murmullo feérico, y un
verdor húmedo de lluvia, llegamos primero a la centenaria escuela Parroquial
Morelos y Pavón de El Salvador, atendida actualmente por tres hadas cuyas
cofias y hábitos no pudieron ocultarnos su cauda de milagros cotidianos. Nos
recibió la Madre Aurelia, directora del plantel, y hubiera podido yo quedarme
ahí, con ellas, en uno de sus cuartos sencillos y austeros, porque los
murmullos de aquel patio desierto por la cuarentena me susurraban muchos
cuentos.
Apenas ahí era la mitad del camino. De El
Salvador a Atemanica nos quedaba un buen trecho. Un trecho de angosta brecha
serpenteando por pequeños abismos de verdor rumbo al centro mismo de la
aventura.
Blanca Alicia Martínez es un ángel de poderosa
y potente voz, con un liderazgo probado en las circunstancias más adversas,
encargada por nadie más que por ella misma en el épico avance rumbo al corazón
de Atemanica.
Hasta ahí, donde no hay librerías ni libros,
llega ella, cargada con la esperanza que trae a la mirada ansiosa una página
encantada.
En el viaje nos acompañaron tres escuderas. Que
se anotaron para la aventura con más entusiasmo que idea de lo que les
esperaba. Sin Lucero Alcaraz, no hubiéramos podido reportar las visiones de ese
destino, ni el milagro de cada paisaje y cada personaje a la vuelta de brechas
y cunetas.
Sin Gloria Castro, no hubiéramos disfrutado el
almuerzo, que el pan, cuando hace hambre, es verdadero banquete y alegra más
que el vino.
Sin Silvia Jiménez no hubiéramos llevado la
magia de tres muñecos salidas del libro para volverse reales, y abrazables, que
además llevaban la función de quedarse con los niños cuando nosotros hubiéramos
partido. Esos muñecos serían confidentes ahí donde la lectura es particular e
íntima.
Ellas fueron las tres escuderas. Pero fueron
más los que apoyaron la totalidad de esta utopía.
Sin el seminarista Gustavo, ni el sacristán
Everardo, guiándonos, tal vez hubiéramos perdido la ruta. Sin Genoveva, ni
Patricia, nuestra quijotesca aventura no sería un eco fértil. Sin el apoyo de
la Fundación Beckmann cómo se hubieran trasportado el mobiliario y los libros
para el rincón de lectura. Sin tantas donadoras anónimas no habría sido posible
llevar a los niños de Atemanica bolsas cargadas de regalos. Sin las amables
familias que nos tenían preparada una comida deliciosa para después del evento,
hubiéramos vuelto a casa muertas de hambre.
Fueron muchos y cada uno parte de este rompecabezas
entrañable.
A mí me tocó, a la vez que ser la autora de dos
libros que llevaban de regalo, ser también la cronista de ese día pleno de
hechizos, día que inevitablemente nos devuelve a la ciudad con ojos cargados de
flores simples y perfectas, ojos que se han dado cuenta, una vez más, de cuánta
falta nos hace en la ciudad, el campo.