jueves, 11 de diciembre de 2014

Manifiesto luminista


Manifiesto luminista
Por Yolanda Ramírez Míchel

Imagen de Albena Vatcheva

Se hunde quien trasporta grandes piedras.
Yorgos Seferis


No se nos oculta, no, la oscuridad del mundo, pero es sabido que la luz incendia siempre toda oscuridad.
No se nos olvidan las guerras ni todo el mal del hombre, pero nos ganan las estrellas, la luna, el sol, y el trino de los buenos niños. No somos ajenos al dolor, ni a la rabia, ni ajenos a la depresión y la locura, pero en todos ellos encontramos pujante la posible renovación del bien, (toda lágrima puede ser purificada y purificadora).
El luminismo encuentra ahí, en la más recóndita herida y en el más abyecto mal, un lucero esperando que contemplemos su esplendor. Nos negamos a seguir llamando a la guerra con sólo las letras de su horrible nombre, hay más detrás de la guerra, y queremos verlo claramente, atisbamos por los rincones de lo horrendo para descubrir en medio de ese estrépito una carta de amor escrita apresuradamente, y ahí, aunque débil, una sonrisa de felicidad que haga frente al horror con su poderosa delicadeza.
Por eso llamamos al hombre moderno a sumarse a este movimiento nacido de una inquietud del alma, que pretende iluminar con un abrazo común lo espiritual, lo ideológico, lo social, lo político, pero desde sus esencias prístinas, un movimiento interior, no obstante manifestado por la palabra, que devuelva al hombre la confianza en el hombre.
Y así, podría ser que el luminismo, para quienes nos cuestionen, sea una estación como el verano, una hora, como el medio día, una ráfaga como la del suspiro enamorado, aunque rodeando todo esto  estuvieran todos los inviernos, todas las noches, todos los lamentos.
Alertamos con advertencia sincera a los que quieren iniciarse en la lucha utilizando la palabra para reflejar el asco en el que se vive, esto ya otros lo han hecho y bien, ya hay voces que utilizaron el horror, hacen falta voces que abandonen la hipnótica  mirada sobre el cadáver y la mosca, para ver por dónde se comienza de nuevo la vida.
No abandonamos los homenajes a lo bello ante la inminencia de los pretendidos apocalipsis, éstos están ahí para distraer todo nuestro poder creador, somos seres capaces de engendrar milagros. No queremos olvidar eso: el milagro, que tan fácilmente se deja de lado si nos distrae la rabia, el dolor, el miedo. No contagiamos la rabia. Nosotros incendiamos el tiempo de la buena aurora, somos pequeños como esos insectos gloriosos que circulan el jardín del mundo en busca de su ración de miel, pequeños y sencillos, seres que laboran en casa con los dones que nos brinda el cielo.
No negamos la carne encendida, apasionada, lujuriosa, pero la vemos sacar de algunos pantanos sus velos magníficos, ángeles caídos alzando el vuelo, enamorados de la vida, con todas sus territorialidades, y también todos sus cielos.
Nuestra pluma no se siente atraída por el fácil recurso de narrar los crímenes, ni buscamos la fama a raíz de resucitar una y otra vez las tristantes tragedias que se repiten sin que ningún nuevo cuento narre otro final para ellas. Y si llegado el caso tenemos que contar del horror, que puede darse, lo haremos pidiendo algo como la anticipada absolución de los dioses, que juzgan a sus pequeñas criaturas más con la consigna de la misericordia… dioses que pueden contemplar las faltas de los hombres como faltas propias. Y lo haremos pues con voz pacífica.
No negamos, no, la naturaleza humana con todo el negro cabo de su vela, ni todos los aconteceres que la historia guarda en su tropel de tumbas. Pero cubriremos también el reporte, olvidado, enterrado, de tantas divinidades, tantas otras posturas del cielo que urgen ser repatriadas.
Haremos un juramento sobre otros libros, los de los niños, prometeremos que vamos a rescatar todas las hadas que han huido, espantadas, de nuestros lagos.
Tendremos cuidado… Los niños que nos escuchan están atentos, están oyendo todo lo que decimos… nosotros queremos alimentar su alma con el prodigio, la magia verdadera, la de los cambios interiores, los que hacen que el hombre se trasforme. Los niños, los nuevos pájaros, montón de chiquillos voladores, ¡que no caigan a pedradas de negativismo, de palabras sucias, palabras que insisten en sacar del fango sólo el lodo, sin la perla…!
Luminismo, una vuelta de tuerca al dolor, a todo el horror del mundo. Y si alguien nos dice que no ha de desaparecer lo malo, al menos no le daremos la gloria de superar lo bello.
Y en esta lucha no olvidamos a los olvidados. Sostenemos que el amor le pertenece también a las piedras, a los huesos blanqueados, a los insectos venenosos, y lo diremos con palabras de luz irrefutable, con trompetas sin juicio alzando los muros que se han caído y yacen en tierra como lápidas de un tiempo aún latente. Que se alcen los olvidados al son de las palabras resucitadas, así los nuevos dioses tendrán oportunidad para resarcir el daño de sus antepasados.
Y no habrá cruz que no traiga una flor magnífica donde antes sólo se miró la sangre.
Y sin embargo, si tenemos por urgente que nuestra voz también llore o lamente el triunfo de los perversos, intentaremos usar el lenguaje que construya, proponga y devuelva  la utopía. Pensamos que el horror puede sentirse vulnerable, y cambiar, si lo vestimos con una mirada que no agreda, antes bien que entienda la génesis de sus mazmorras.
Intentamos que en el aliento del hombre atribulado entre una ráfaga de esperanza, aunque tenga que colarse por los rotos dientes de una noche monstruosa.
Lo que bajo ningún pretexto usaremos será el verbo que impacte por sí mismo, el verbo vacío de alma, el que se esconde en las formas y los impactos inmediatos, sin atender a las profundidades, verbos de mantos engañosos que tantos usan para golpear las páginas del tiempo y vestirse de fama con la fama de los muertos.

 CONTINUARÁ...Propuestas, segunda parte

miércoles, 10 de diciembre de 2014

¡No, nunca más!


La violencia no siempre te viene de los otros, a veces te viene de ti misma...

Ayer escuché a una mujer maltratarse a sí misma con una saña que me dejó helada.
Estábamos mi hijo y yo en un restaurante y en otra mesa un grupo, a todas luces familiar, charlaban... hablaban tan fuerte que fue imposible no enterarme de su conversación:

-Yo ya voy a tragar lo que quiera, y no me importa estar gorda.... -dijo una mujer madura.

NO ESTABA GORDA.

-No estás gorda, mamá...- le respondió bajito una mujer más joven.

-Si me vieras encuerada, ¡doy asco!

La mujer no lucía como para dar asco, era guapa, no demasiado, pero más que muchas.
Aquello bastó para que sonara una alarma en mi interior. Me di cuenta cuántas veces yo misma he atacado mi cuerpo, si no con la misma saña, sí con algo parecido. En ese momento  cayeron sobre mí -y me dolieron- las muchas veces que miré el espejo con el ceño fruncido. Los nuevos kilos, la celulitis, la piel ya no tan firme... todos aquellos signos juzgados, si no tan rudamente, sí con mirada de repudio sonaron como un eco de aquel maltrato que estaba presenciando. Y me dolió.

Por eso hoy, al bañarme, miré en el espejo mi cuerpo, lo miré con ternura, lo abracé fuerte,  y le dije GRACIAS, gracias por tantas horas de pasión, por los hijos que nacieron de tus entrañas, por las horas maravillosas de estudio, escritura e investigación que me ha dado tu cerebro, por llevarme gozoso a tertulias, cafés, por tener sensibilidad para saborear los pasteles, las comidas preparadas con tanto amor... por ser a través de ti que contemplo un horizonte, el arte, el cine.
También le pedí disculpas por sobrepasarme a veces, por no ejercitarlo tanto como debiera, por no alimentarlo del todo equilibradamente.
Pues, si bien me queda claro que no soy mi cuerpo, SÍ SOY A TRAVÉS de mi cuerpo, sí soy en mi cuerpo. Es mi vehículo. Nuevo alguna vez, pero también habrá de envejecer y un día dirá BASTA.
Mientras tanto, GRACIAS CUERPO, por estar ahí para que yo experimente la vida, el amor, el estudio, los hijos, la amistad, el arte, tantas cosas... Perdona mi inmadurez al esperar que seas siempre el mismo de mi juventud, maltratándote por adquirir la talla de mis años.
De hoy en adelante, te daré el respeto que mereces, ejercicio acorde a ti, alimento sano, y la aceptación de tus cambios, porque es inútil pedirte que sigas tú con la edad que ya  no tengo, y que por no seguir tú manteniendo esa imagen te regañe yo con saña, o te rechace como el que deja de lado a la fiel mujer de su juventud sólo porque ha cambiado.
GRACIAS CUERPO, nunca más volveré a violentarte.



domingo, 7 de diciembre de 2014

De la escritura, para los que escriben:



"Aquí en el convento, cada una tiene su penitencia, su modo de ganarse la salvación eterna. A mí me ha tocado ésta de escribir historias: es dura, muy dura. Fuera está el soleado verano, del valle llegan voces, y un correr de agua. Mi celda está arriba y desde el ventanuco veo un recodo del río, jóvenes villanos desnudos que se bañan, y más allá, tras un grupo de sauces, muchachas que bajan también a bañarse, tras quitarse los vestidos. Uno, nadando bajo el agua, se ha asomado ahora a verlas y ellas lo indican con gritos. Podría estar allí yo también, y en pandilla, con jóvenes de mi clase, y sirvientes y fámulos. Pero nuestra santa vocación quiere que se anteponga a los caducos goces del mundo algo que luego queda. Que queda, si es que este libro y todos nuestros actos de piedad, realizados con corazones de ceniza, no son ya también cenizas... más cenizas que los actos sensuales realizados allá en el río, trepidantes de vida y que se propagan como círculos en el agua... Ponerse a escribir con ahínco no evita que llegue una hora en que la pluma sólo rasca polvorienta tinta, y no discurre ya ni una gota de vida, y la vida está toda afuera, fuera de la ventana, fuera de ti, y te parece que nunca más podrás refugiarte en la página que escribes, abrir otro mundo, dar el salto. Quizá sea mejor así, quizá cuando escribías con gozo no era ni milagro ni gracia, era pecado, idolatría, soberbia. ¿Estoy ahora libre de ellos? No, el escribir no me ha cambiado para bien; sólo he consumido un poco de ansia e inconsciente juventud. ¿Qué me valdrán estas páginas descontentas? El libro, el voto, no valdrá más de lo que tú vales. No está dicho que se salve el alma escribiendo. Escribes, escribes, y tu alma está ya perdida.

Fragmento de "El caballero inexistente" de Italo Calvino.




Enuma Elish presentación en Chapala