miércoles, 17 de junio de 2020

La muerte de la belleza



La muerte de la belleza

Por Yolanda Ramírez Michel




El jardín amaneció nublado, lleno de vida
minúscula.


Arañas multicolores saludaban a las hormigas en
su atareada procesión por las provisiones.


Los mosquitos, que habían muerto por la noche,
incubaban nuevos mosquitos que al atardecer volarían en grupo hacia quién sabe
qué caminos de la tarde.


Las hojas de los árboles permanecían lo más quietas
que podían, somo señoras majestuosas...


Bajo aquellas nubes cargadas, el jardín brillaba
con verde saudade...


Entonces, como un visitante que se espera, pero
llega de improviso, 
llegó la lluvia.


Era una de esas lluvias que no inician de a
poquito, sino de repente y con fuerza, como si en el cielo alguna doña soltara
un cubetazo a la puerta de su nube.


Yo estaba dentro, pero salí a observar cómo caía
y con qué fuerza sobre el jardín el agua.


Sentí que contemplaba un beso del cielo sobre la
tierra, un beso muy húmedo y muy apasionado, un beso de esos que llegan con
violencia.


La lluvia caía libre, nada detenía su alarde de
grandeza, caía como una cortina tupida y múltiple.


Entonces la vi:

Como un transeúnte sorprendido sin paraguas,

volaba en zigzag… luego en picada, golpeadas sus
alas por las terribles gotas


Caía… con todo y su belleza, 
derrumbado por la
hermosa lluvia 
su color de primavera.


Cayó sobre el jardín mientras el agua sepultaba
para siempre su vuelo.




A lo lejos, sobre el verde pasto, resaltaba su
amarillo cuerpo, como un pétalo arrancado a la flor.




Pasaron pocos minutos, la lluvia se cansó de su exabrupto matutino, y
pareció regresar al silencio.




Salió el sol como brote fecundo, 
llenó con su esplendor los charcos 
las nubes se fueron.



Yo me pregunté, al ver el jardín ahora bañado
por la transparencia de esa luz: ¿acaso la lluvia cayó hoy así y aquí solo para
que yo contemplara morir la belleza?



Enuma Elish presentación en Chapala