Un clásico en tiempos de barbarie.
Por Yolanda Ramírez M.
La palabra utopía, actual sinónimo de un bien infinitamente
anhelado por el hombre, y sin embargo un bien imposible de alcanzar, da título
a una ficción intelectual escrita por Tomás Moro, pensador humanista del
Renacimiento.
Utopía es una república ideal, posible según
Moro, si la política se somete a la moral, si se reparten las horas de trabajo
equitativamente, si se controla la propiedad privada, y se minimiza la
intolerancia a la hora de aplicar la justicia.
Este pequeño tratado sobre cómo volver funcional una
sociedad en el siglo XV, puede sernos útil como reflexión hoy en día. En Utopía, no es
que haya ingenuidad y se piense que no es propio del hombre el cometer una
falta, sino que el castigo infringido debería contener en sí mismo la solución
al problema. En Utopía, la isla de ficción de Moro, los crímenes, aun los más
graves, son sancionados generalmente con la esclavitud, creen que esta pena es
amarga para el criminal y ventajosa para el Estado (está claro que en toda
sociedad humana se requieren trabajos extremos, desafortunadamente se convierte en esclavos a ciudadanos
inocentes, mientras verdaderos pillos gozan de impunidad y vidas regaladas ¿no
sería mejor emplear en ello a los delincuentes que a los ciudadanos menos
favorecidos por la fortuna?). Cuando los culpables se muestran rebeldes o
reincidentes, entonces sí son muertos como bestias salvajes a quienes ni la
cárcel ni las cadenas consiguieron domesticar. Si por el contrario purgan su
condena con buena actitud, se reincorporan a la sociedad sin ningún tipo de
señalamiento negativo ya que los ciudadanos agradecen en su interior que
alguien más realice el trabajo pesado. Sobre otro tema: el placer, Moro divide
en su clasificación los que surgen del alma, tales como la inteligencia y
aquella delectación que nace de contemplar el bien la verdad y la belleza; y
los del cuerpo, donde el placer supremo es la salud. Por ello toda búsqueda del
placer en Utopía gira en torno a un bien humano antes que a su aniquilación
(los utópicos, por ejemplo, no valorarían el placer de consumir narcóticos,
pues este placer es menor para ellos que
el supremo placer de conservar la salud, estado elemental para disfrutar de
todos los placeres). Con respecto al tratamiento que en dicha sociedad se da al
oro, el gobierno lo guarda, no en arcas privadas, para evitar la posible
ambición de que es fácil presa quien detenta el poder, sino como decoración de
los edificios públicos, o como materia prima para fabricar las bacinicas donde
los habitantes depositan sus excrementos. Así las cosas, cuando alguna infausta
guerra amenaza la sociedad, los utópicos no sufren personalmente por entregar
el oro (¿quién padecería por la pérdida de un escusado o un adorno en los muros
de la ciudad a cambio de no asistir al triste espectáculo de la guerra?); las
autoridades en lugar de utilizar algunos habitantes como carne de cañón,
contratan, con el tesoro común, los mejores soldados extranjeros a sueldo (si
no es que llegan incluso a ofrecer en abundancia el oro o las piedras preciosas
a los soldados enemigos a fin de que se sumen a sus filas). El tesoro del
Estado también lo constituyen las joyas, que son entregadas a los niños como
canicas, y que al crecer abandonan como
abandonan los pañales; qué risa les da a los jóvenes contemplar a los extranjeros
cargados de tan infantiles recursos para llamar la atención: “¡Mira, madre,
aquel necio que usa perlas y piedras cual si fuese aún un pequeño! […] Se
admiran los utópicos de que haya mortales que puedan sentirse atraídos por el
dudoso fulgor de cualquier gema cuando es posible contemplar a placer las
estrellas o el mismo Sol; y de que haya hombres tan necios que crean
ennoblecerse con la finura de un tejido de lana, ya que la lana de que está
hecho, por fina que sea, la llevó antes una oveja sin que por ello dejara de
ser oveja.”
Inusitadas y creativas formas de resolver algunos
conflictos, no cabe duda. ¿Cuáles podrían ser las nuestras? Leer Utopía puede
inspirarnos…
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