Artículo Ocho Columnas 11 de Abril 2011
No hay lugar a donde puedas escapar de la violencia,
si la violencia está en tu propio corazón…
¿Qué sucedería si nos jugáramos el cuello cada vez que contamos o escribimos una historia? ¿Qué le pasaría a las editoriales si cada libro malo o aburrido les costara la cárcel o lo que es aún peor la muerte de los responsables? Y qué decir de tantas palabras escritas que pueblan el mercado y no dejan sino el hastío o lo que es peor un vacío profundo…
El clásico universal Las mil y una noches cuenta la siguiente historia: sucedió que un día el Sultán de un lejano reino descubrió que su mujer lo traicionaba; ante semejante afrenta decidió que ninguna mujer lo volvería a engañar, y para ello sólo había una solución: cortarle la cabeza a cada una de sus futuras esposas a la mañana siguiente de la noche de bodas. Desfilaron por el palacio varias vírgenes y hubo tal derramamiento de sangre que las mujeres al parir temían con toda el alma que el fruto de sus entrañas fuese una niña. El reino que antaño florecía comenzó a languidecer pausadamente. “Esto no puede seguir así”, pensaba Sherezade (como era hija del visir del rey su padre había logrado mantenerla a salvo), “debo ayudar a mis congéneres, detener la masacre, que termine el derramamiento de sangre, la violencia, el horror”. Y la hermosa joven se ofreció a ser la siguiente esposa del rey, segura de que un plan sabiamente fraguado en su interior podía funcionar, era una mujer que leía ávidamente historias sagradas y se dedicaba a pasar las tardes escuchando a los sabios contar sus fábulas…
Cuando llegó la noche de su boda, Sherezade pidió al Sultán permiso para terminar de contar a su hermana menor un cuento que había dejado inconcluso. Para los sultanes las historias narradas bajo una cálida noche estrellada eran algo así como para nuestros hombres los partidos de fut-bol (con la debida distancia que ello implica, por supuesto), o para mucho asistir a una sala de cine. Por ello el Sultán decidió permitirle a su mujer que contara un cuento, no sólo para su hermana, sino para él mismo, al fin y al cabo no sucedería nada si aplazaba un día la ejecución de su nueva esposa... Sin embargo, nuestra astuta protagonista comenzó un abanico de historias que no cabían en una noche, sino en mil. Sherezade construyó un sistema de narraciones que no terminaban nunca, cada noche los personajes se abismaban en historias que nacían dentro de las historias, y así, era imposible llegar al final. El Sultán aprendió mucho de la condición humana a través de las historias fantásticas que escuchaba antes de dormir, día a día los ejemplos en los cuentos servían para solucionar los conflictos dentro de su corazón, y como consecuencia terminó por volverse un sabio gobernante, además, como era de esperarse, se enamoró de su mujer.
Cuánta responsabilidad, compañeros escritores, entregar algo que salve las vidas de esta sociedad masacrada, ofertar propuestas que resuelvan la barbarie, pero hacerlo con la sutileza de Sherezade, porque la violencia engendra violencia, y la única manera de enfrentar un Sultán furioso es con sabias estrategias de educación.
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