sábado, 2 de mayo de 2015

Otra inclinación vital

Más luminismo

Si quisiéramos, o pudiéramos, leer en los acontecimientos de la vida diaria una suerte de símbolos, tal vez una figura como la del ying yang se perfilaría en el horizonte de nuestras ciudades. Hoy, que hemos despertado rodeados del nuevo terrorismo social, es precisamente el día que se recibe a los líderes espirituales en un congreso multicultural. Prácticamente el mismo día y casi a la misma hora se dan cita ambos eventos, y, no obstante sea mayor la magnitud del encuentro entre laicos y religiosos -de distintas culturas, religiones, creencias-, los "malos" gritan más fuerte. Los autobuses y autos incendiados muestran una llama que amedrenta, y, ciertamente es más complicado mostrar al ser humano su llama interior -y el poder que tiene esa llama-, que el exhibicionismo descarado de la prepotencia de los bravucones. Las noticias, con esa inclinación natural (el morbo vende más) se olvidan de citar también en sus crónicas que hombres y mujeres de paz están en este mes de mayo  iniciando un proyecto mundial para dialogar sin violencia, para buscar afinidades más que diferencias, para enfrentar unidos el gran monstruo que amenaza el mundo.

Sin embargo, nos olvidamos que ese círculo donde lo blanco  y lo negro se abrazan es un eterno juego de ajedrez sobre el tablero vital, con piezas de ambos bandos, y un piso de baldosas no amarillas. Nos olvidamos, ante el impacto de los recientes excesos de brutalidad, que también hay soldados luchando otras batallas, y hay otros reinos que sin armas se ganan. Y que hay en el hombre, a pesar de la abundante muestrario de horrores, otra inclinación vital.
Yin yang, Gru Eli Sm
¿Visión de quijotes? tal vez; si con ello se quiere decir que necesitamos ver de otra manera las cosas, leer de otra manera los acontecimientos, tener otra visión de lo que necesita el mundo para cambiar el mundo, entonces sí, que nos digan quijotes. Pero que nos lo digan comprendiendo bien lo que veía Cervantes en los molinos: los poderes crecidos como gigantes, y que alguien debía enfrentarlos, aunque se rieran de esta intenton los "realistas".
¿Quién le da más impacto al valor de un incendio que al de un encuentro? ¿los medios, nosotros? Ambos. Acostumbrados a la gracia del morbo y su probado éxito en cuanto a llamar la atención -pobre morbo inseguro de sí mismo- nos unimos a la horda de reproductores ciegos de la catástrofe, la alimentamos, la promovemos… cuando alentamos la multiplicación de los horrores en nuestras tertulias, en nuestros hogares, con los amigos. Reproducimos el horror como quien quiere así ganarse el cielo, anotándose un punto de bondad al denunciar con indignación los males del mundo, ¡pero si no cuidamos nuestros pequeños reinos! no atendemos lo que pasa dentro de ese feudo en el cual somos reyes, soberanos absolutos, reino interior que sólo puede ser vulnerado si lo permitimos, consciente o inconscientemente. A tomar conciencia de lo que hacemos, de lo que decimos; a tomar conciencia cuando infringimos las pequeñas leyes de la vida, que somos también pequeños imitadores de los grandes monstruos.

Esos monstruos son, si se los permitimos, distractores para no ver la fauna magnífica de nuestros continentes interiores. Dejamos que nos quiten la sonrisa los muertos vivientes sólo porque gritan más, y más fuerte. Sí, el ruido es mucho y ¡¿quién va a meditar en esas circunstancia?! dicen los ya vencidos por la amargura (con algo de razón lo dicen porque las explosiones sacan de concentración a cualquiera), pero no hay permanencia, la vida no promete permanencia y si la bomba saca de balance la vida está ahí para que lo recuperemos. ¿Son realmente más fuertes los "malos" en tratándose de dar sentido a la vida, verdadero sentido? Para ser fuerte de verdad hay que vencer a la capitana de todos los destinos, a la que usa con los dos bandos, sin aceptar sobornos, su guadaña eficaz. Ella copa todas sus salidas, ella se queda con toda la fama y los dineros que tanta sangre han costado. Ni ellos ni nadie ha vencido en el terreno material semejante capataz de la igualdad última, a ella se le vence sólo cuando comprendemos que la aventura interior no le pertenece, ella viene únicamente a poner un punto al juego que cada quien jugamos. Nosotros tenemos la última palabra, en el punto que la muerte ha colocado sobre nuestra frente se puede plantar el final feliz, no importa en qué mazmorras nos hallemos. Lo sé, esta patria de triunfos no es para todos, es para los que ya vieron que la realidad tiene una entrada mágica, un feudo secreto esperando para entregar la felicidad.

Y no es cosa de hoy que se insista en la Buena Nueva, es cosa de siempre, es cosa del hombre desde que es hombre, es cosa humana, es cosa de esa llama oculta en la vida interior, llama que llama a la luz, incansablemente, y si ya no llama esa llama es porque la hemos apagado. Se apaga a fuerza de lanzar lejos al grillito que susurra a nuestro oído, se apaga si lo matamos.

Informes acerca del evento que comento al inicio del texto.aquí/

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