Más luminismo
Si quisiéramos, o pudiéramos, leer
en los acontecimientos de la vida diaria una suerte de símbolos, tal vez una figura
como la del ying yang se perfilaría en el horizonte de nuestras ciudades. Hoy, que hemos despertado rodeados del nuevo terrorismo social, es precisamente el día
que se recibe a los líderes espirituales en un congreso multicultural. Prácticamente
el mismo día y casi a la misma hora se dan cita ambos eventos, y, no obstante sea
mayor la magnitud del encuentro entre laicos y religiosos -de distintas culturas,
religiones, creencias-, los "malos" gritan más fuerte. Los autobuses
y autos incendiados muestran una llama que amedrenta, y, ciertamente es más
complicado mostrar al ser humano su llama interior -y el poder que tiene esa
llama-, que el exhibicionismo descarado de la prepotencia de los bravucones.
Las noticias, con esa inclinación natural (el morbo vende más) se olvidan de
citar también en sus crónicas que hombres y mujeres de paz están en este mes de
mayo iniciando un proyecto mundial para
dialogar sin violencia, para buscar afinidades más que diferencias, para
enfrentar unidos el gran monstruo que amenaza el mundo.
Sin embargo, nos olvidamos que
ese círculo donde lo blanco y lo negro
se abrazan es un eterno juego de ajedrez sobre el tablero vital, con piezas de
ambos bandos, y un piso de baldosas no amarillas. Nos olvidamos, ante el
impacto de los recientes excesos de brutalidad, que también hay soldados
luchando otras batallas, y hay otros reinos que sin armas se ganan. Y que hay en
el hombre, a pesar de la abundante muestrario de horrores, otra inclinación
vital.
Yin yang, Gru Eli Sm |
¿Quién le da más impacto al valor
de un incendio que al de un encuentro? ¿los medios, nosotros? Ambos. Acostumbrados
a la gracia del morbo y su probado éxito en cuanto a llamar la atención -pobre
morbo inseguro de sí mismo- nos unimos a la horda de reproductores ciegos de la
catástrofe, la alimentamos, la promovemos… cuando alentamos la multiplicación
de los horrores en nuestras tertulias, en nuestros hogares, con los amigos.
Reproducimos el horror como quien quiere así ganarse el cielo, anotándose un
punto de bondad al denunciar con indignación los males del mundo, ¡pero si no
cuidamos nuestros pequeños reinos! no atendemos lo que pasa dentro de ese feudo
en el cual somos reyes, soberanos absolutos, reino interior que sólo puede ser
vulnerado si lo permitimos, consciente o inconscientemente. A tomar conciencia
de lo que hacemos, de lo que decimos; a tomar conciencia cuando infringimos las
pequeñas leyes de la vida, que somos también pequeños imitadores de los grandes
monstruos.
Esos monstruos son, si se los permitimos, distractores para no ver
la fauna magnífica de nuestros continentes interiores. Dejamos que nos quiten
la sonrisa los muertos vivientes sólo porque gritan más, y más fuerte. Sí, el
ruido es mucho y ¡¿quién va a meditar en
esas circunstancia?! dicen los ya vencidos por la amargura (con algo de
razón lo dicen porque las explosiones sacan de concentración a cualquiera),
pero no hay permanencia, la vida no promete permanencia y si la bomba saca de
balance la vida está ahí para que lo recuperemos. ¿Son realmente más fuertes los
"malos" en tratándose de dar sentido a la vida, verdadero sentido?
Para ser fuerte de verdad hay que vencer a la capitana de todos los destinos, a
la que usa con los dos bandos, sin aceptar sobornos, su guadaña eficaz. Ella
copa todas sus salidas, ella se queda con toda la fama y los dineros que tanta
sangre han costado. Ni ellos ni nadie ha vencido en el terreno material semejante capataz de
la igualdad última, a ella se le vence sólo cuando comprendemos que la aventura
interior no le pertenece, ella viene únicamente a poner un punto al juego que
cada quien jugamos. Nosotros tenemos la última palabra, en el punto que la
muerte ha colocado sobre nuestra frente se puede plantar el final feliz, no
importa en qué mazmorras nos hallemos. Lo sé, esta patria de triunfos no es
para todos, es para los que ya vieron que la realidad tiene una entrada mágica,
un feudo secreto esperando para entregar la felicidad.
Y no es cosa de hoy que se
insista en la Buena Nueva, es cosa de siempre, es cosa del hombre desde que es
hombre, es cosa humana, es cosa de esa llama oculta en la vida interior, llama
que llama a la luz, incansablemente, y si ya no llama esa llama es porque la
hemos apagado. Se apaga a fuerza de lanzar lejos al grillito que susurra a
nuestro oído, se apaga si lo matamos.
Informes acerca del evento que comento al inicio del texto.aquí/
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