En tiempos remotos, hace varios siglos, el hombre se
refugiaba de las fieras y del clima en las cuevas, las cuevas eran su hogar, la
roca los protegía. Altamira guardan aún
la evidencia de aquel cobijo que el hombre buscó en las entrañas de la tierra;
en sus brazos de piedra el hombre primitivo amó, durmió, temió…, era aquella una
Edad que para muchos se asemeja más al sueño que a la realidad: La Edad de Piedra,
cuando la tecnología no había asomado sus pestañas por el horizonte.
Entonces, lo que para nosotros es tener una casa era más
bien tener un refugio, un techo que protegiera al hombre de la intemperie; hoy,
seguimos usando esa expresión, pero ahora “tener un techo” implica no sólo
estar a resguardo del vendaval, sino tener un baño, una cocina, gas, luz,
teléfono, internet, y tantas otras minucias que se instalan bajo ese sencillo o
lujoso “techo”.
Y así, los “techos” fueron cambiando gradualmente; de las
cuevas se pasó a las chozas, cabañas, tiendas, sin embargo cualquiera que fuera
su forma entonces, todos juntos, al caer la noche, compartían el calor de una
hoguera, contemplaban sus rostros iluminados por las llamas y contaban a los
pequeños las historias de la tribu ¿ya vamos entendiendo también de dónde viene
la palabra hogar... y por qué hogar más que referirse al espacio físico se
refiere al emocional, al del encuentro, al de los seres que coinciden?*
Pues bien, el tiempo, que va desplegando sobre el mundo una
suerte de catálogo, le ha mostrado al hombre todo lo que puede trasformar con
sus manos. Y así, nuestros ancestros fueron avanzando por el sendero de las
comodidades. Aunque en el trascurso de ese viaje humano la piedra nunca ha
dejado de ser lo que fue en un principio, a pesar de que el hombre halló nuevos
materiales para construir su refugio, nunca dejó la piedra, ella siguió siendo
parte de las estructuras materiales donde el hombre vive, o muere, ama u odia,
goza o sufre.
Y con las muchas posibilidades de la piedra el hombre
construyó murallas, castillo, cárceles, templos; y la piedra, sin poder
replicar por los cambios, acompañó al
hombre en su aventura. Unas veces fue madre protectora, otras veces severo
guardián de los esclavos o muro de división.
Pero la piedra
sobrevivía a sus constructores, se alzó sobre el horizonte en forma de ruinas,
y mostró al hombre nuevo que ahí donde están sus despojos, un día hubo risas,
llantos, vida. Las grandes civilizaciones hoy son recuerdo o incógnita. Lo
único que nos queda es la piedra con su voz de leyenda. Aunque silenciosa,
puede contar muchas cosas:
En la Roma antigua se construyeron, a lo largo de los
caminos, varias fortalezas llamadas por los romanos mansionis**, eran muy
grandes pues servían como albergue para viajeros, comerciantes y emisarios
reales (otra vez el refugio). Al paso de los siglos, en la Edad Media, durante
Las Cruzadas, aquellas mansionis mutaron a castillos y fortalezas protegidas
por caballeros Templarios, eran refugio seguro para los peregrinos.
En los muros de esos castillos se tejieron y destejieron
historias fantásticas, algunas no poseen más veracidad que el gozo que
producen, otras son símbolos de una verdad interior, pero lo cierto es que el
término albañil deriva directamente de los constructores de los castillos
medievales; eran los portadores de los secretos de la piedra, su símbolo la
escuadra y el compás los distinguían de los demás gremios. Los llamamos masones
y hay en torno a ellos mucha especulación, lo verdadero es que de su antiguo nombre
francés: macon, luego mason (albañil), se deriva la palabra masonry,
que en inglés distingue una casa de madera de una de cemento. Bien diferente es
la protección de la roca, es algo sabido desde los orígenes.
Y hoy… ¿nos detenemos a pensar así de los muros que emergen
del paisaje citadino, de los hogares en la urbe; de las paredes que al dormir
nos cuidan de la tormenta, el viento y el frío? ¿Tomamos en cuenta que la distribución
de una casa no es sólo el nuevo estilo del arquitecto de moda, sino el estilo
de sus moradores, un reflejo de los sueños? ¿Hemos visualizado la casa como una
gran matriz que nos guarda con celo del exterior; como
unos brazos anchos y fuertes dentro de los cuales podemos arrojarnos a llorar
sin temor a ser vistos?
Artículo publicado originalmente en la revista La Maisón coordinada por Carmen Rosas Michel
Artículo publicado originalmente en la revista La Maisón coordinada por Carmen Rosas Michel
Algo de etimologías:
*El término hogar deriva del
latín «focus» – «hogar» (lugar en la casa donde se prepara el fuego)
luego el término se extiende a la casa misma o a la familia que habita en ella.
**La palabra mansión que a tan grandes construcciones nos remite
viene del latín mansio, mansionis (lugar, lugares para permanecer). Eran
grandes albergues colocados en los caminos para que los viajeros y el correo
imperial pudieran alojarse cómodamente durante sus viajes.
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