miércoles, 18 de julio de 2012

Hacia la luz


De cuándo debemos mirar sólo hacia la luz…

Es en el mito donde mejor se capta, in vivo, las más secretas y virulentas postulaciones del psiquismo individual y las más imperativas y perturbadoras presiones de la existencia social.

Roger Caillois


Sobre la conveniencia de no mirar hacia atrás, cuando se retorna del inframundo, nos habla la historia de Orfeo y Eurídice,  uno de los mitos griegos más apreciados por los amantes de la mitología, utilizado para dar nombre a un conjunto de creencias relacionadas con el desmembramiento y la resurrección (misterios Órficos), y una historia del amor que va más allá de la muerte.
Orfeo, hijo de Apolo y la musa Calíope, es el mejor músico de Grecia. Con el rasgueo de su lira consigue que las cosechas den abundantes frutos, los hombres más bravos quedan rendidos, las bestias salvajes se echan a sus pies. Un día, la música de Orfeo en lo profundo del bosque, despertó de su largo sueño vegetal a una hermosa ninfa: Eurídice; ella salió del tronco de un árbol estirando sus brazos rebosantes de savia. El amor surgió entre ellos.  Intenso, tierno, total. Orfeo la convirtió en su mujer, y para protegerla la alejó de los peligros del bosque. Pero su dicha no duró mucho tiempo: una mañana de sol en que el llamado de las hojas era invitación irresistible para ella, Eurídice no pudo más y se internó de nuevo en lo que un día fue su hogar… sin embargo, los peligros acechaban a la ninfa quien, huyendo, recibió la mortal dentellada de una serpiente y partió directo al mundo de los muertos.
Orfeo estaba deshecho, no concebía la pérdida de su amada, rogó a los dioses una oportunidad, costase lo que costase, por ella era capaz de todo, hasta de bajar al mismísimo Hades para recuperarla. ¿Es eso posible?
Orfeo encontró la entrada al mundo de los muertos, no hay que olvidar que los dioses están con él. Una vez  ahí, Orfeo entregó las notas de una canción muy dulce, como agua en el desierto, las sombras que pululaban en el inframundo bebieron agradecidos aquella melodía. Hades no soportó ver a sus súbditos rendidos ante una fuerza vital, y para recuperar el control le permitió al músico llevarse a la joven, sólo que había una condición: no mirar atrás mientras subían hacia la luz… Desafortunadamente, Eurídice no producía ningún sonido al seguir a Orfeo en su ascenso, era una sombra silente, como todo aquello que los sentidos no perciben, pero que está ahí, detrás de nosotros, siguiéndonos. Antes de salir al día, que los esperaba como una promesa de resurrección,  Orfeo llamó a Eurídice, le pidió alguna evidencia de que lo acompañaba, pero ella aún era una sombra y no podía hablar. Orfeo temió que Hades lo hubiera engañado, y volvió la cabeza…
¿Somos capaces de penetrar en el mundo de los misterios sin intentar mirarlos de frente antes de tiempo?  El divino Orfeo no pudo resistir aquella tentación, ni siquiera sabiendo que era la condición definitiva para recuperar  a su mujer. Será que de igual modo nosotros no comprendemos que traer del subconsciente alguna perdida herencia tiene sus condiciones, y que le corresponde un tiempo para salir a la luz, si volvemos la vista atrás, lo perdemos como un leve sueño que se evapora apenas al despertar…



1 comentario:

  1. Hay un refrán que dice que al pasado hay que usarlo no como el sofá desde donde uno se queja de la vida, sino como el trampolín para saltar hacia el futuro. Mirar hacia atrás es no crecer, vivir pendiente de lo que ya ha sido, y desde ahí es imposible construir un futuro. Para entrar en el futuro se necesita el corazón dispuesto y las dos manos para enfrentar la vida. (Por supuesto, lo de Orfeo es diferente...no está en el pasado sino en el inframundo). Ni aún en los mitos es posible regresarle la vida a nadie. Vana esperanza desear que vivan los que han partido...hay que aprender a vivir con su recuerdo, sabiendo que el amor es eterno y que no cambia porque no estén; el amor que sentimos unos por otros siempre nos acompaña. Pero la historia de Orfeo nos cuenta que debemos aprender a liberarnos del dolor de la pérdida; que no debemos desperdiciar la vida lamentando lo que ya no puede ser. (O eso me dice a mí ;-) )Un beso, Ale.

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