viernes, 17 de febrero de 2012

Ensayo sobre la lucidez...

La causa de esto es que no tienen más amor ni motivo que los apegue a ti que su escaso sueldo, el cual no es suficiente para hacer que deseen morir por ti.
Nicolás Maquiavelo


En un país lejano, de cuyo nombre no puedo acordarme, vivía un pueblo muy próximo a las elecciones presidenciales... El día de la votación llegó junto con una cortina tenue de lluvia, un cielo gris y un viento helado. Los integrantes del partido de derecha, de izquierda y de en medio estaban todos juntos desayunando en un escondido saloncillo ubicado frente a una de las casillas. Era el observatorio perfecto.
Sin embargo, como cosa muy extraña, nadie había llegado a votar desde la apertura de las casillas electorales,  y los candidatos de derecha, de izquierda y de en medio se calmaban unos a otros señalando el mal tiempo.
Las horas pasaron y la cosa siguió igual, si acaso se acercaron los familiares de los candidatos a depositar su voto (cantidad insuficiente para que sea válida una elección).
Al terminar el día las urnas no contenían suficientes votos para que aquello pudiera arrojar resultados… Los tres partidos se reunieron para planear de qué modo harían, ya no para convencerlos de votar por uno u otro, sino para obligar al pueblo a emitir un voto.
Este es el comienzo de una de las novelas del fallecido José Saramago, autor visionario e inquisitivo que en esta novela explora las posibilidades de una unión entrañable entre los ciudadanos, pero no para atacar, como suele suceder cuando se trata de ganar, sino para exigir personajes que puedan representar dignamente al pueblo.
Creo que hoy en día si algo se comenta sobre las elecciones en las universidades, en tertulias, en los cafés, en las oficinas, en las asambleas, en las reuniones familiares, en las fiestas, en los desayunos de ejecutivos, por internet por teléfono, en los diarios, y muchos etcéteras más… es eso, que no se cree que exista en realidad quien sea capaz de gobernar sabia y honradamente al país.
Y no es que la política haya sido siempre lo que hoy por hoy estamos acostumbrados a ver. En la antigua Grecia se contaba que Atenea, diosa bajo cuya égida se hallaba la ciudad de la democracia y las artes: Atenas; compitió contra Poseidón por el patronazgo (el gobierno) de la ciudad. Era costumbre en Grecia que los competidores ofrecieran a los ciudadanos un regalo, en lugar de promesas, (y ese regalo no era arrebatado por ninguno al finalizar la contienda, además de que se entregaba antes, no después…). En una de las versiones sobre dicha contienda se cuenta que el dios Poseidón golpeó la tierra con su tridente y de ella brotó un caballo para la guerra. Atenea, en cambio, sacudió su lanza y ahí mismo brotó el Olivo, emblema que encarna la paz. Ello le valió ser elegida.
No vale ya justificarnos con eso de que la política es así, nuestro país es heredero de una tradición de la cual deberíamos estar orgullosos, el gran Netzahualcóyotl (que significa “coyote que ayuna, o coyote hambriento, entendiéndose este estado como una forma de sacrificio) gobernó Texcoco con valor y sabiduría. Su amplia formación intelectual se traducía en una elevada sensibilidad estética y un gran amor por la naturaleza, ambos reflejados no sólo en la arquitectura de la ciudad, sino en sus manifestaciones poéticas y filosóficas. 
No podemos pedir menos que los antiguos mexicanos, aparentemente menos provistos de recursos y tecnología, ni menos que los instauradores de la democracia que tanto cantamos hoy.
Si uno de estos días la cortina de lluvia te lleva a un café o al cómodo sillón de tu sala, déjame recomendarte que leas sin falta Ensayo sobre la lucidez de José Saramago.


Gracias, Ale, porque el otro día hiciste este comentario sobre Atenea y Poseidón en clase  y a ello debo haberlo incluido en esta reflexión. 

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