Bitácora
de la poesía en el salón de clases, y fuera de él también…
Si el poeta, en un hoyo profundo enterrara los gritos desgarradores de
su alma, las palabras, los versos… ahí brotarían árboles de frutos maduros.
YRM
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Imagen Tim Foley |
8:
00 am ¿Quién quiere venir hoy conmigo? les pregunto a mis libros
recorriendo la casa… Hoy daré una clase
muy importante y necesito algunos amigos, ¿quién me acompaña?
De
pie frente al librero una voz responde… ¡Wislawa Szymborska!, la saco del
estante con cariño y continúo preguntando ¿quién
quiere venir conmigo? Por supuesto Rilke, Efraín Bartolomé, ¡Novalis!, Olga
Orozco. Mis queridos maestros: Raúl Bañuelos, Raúl Aceves … Todos los que hoy
me hicieron un guiño desde el estante, son poetas, para esta clase será la poesía… de todas las lenguas sagradas, la más
sencilla y más sagrada es la poesía.
Al
llegar al salón de clase los alumnos me observan con curiosidad, traigo una maleta con llantitas, al final de mi recorrido por la casa hubo
muchos libros que decidieron venir…
¿Qué
trae ahí, maestra?
…
acérquense, si quieren sentarse en el suelo… No necesitarán pupitre.
¿Ni lápiz, maestra?
No necesitan nada más que ustedes
mismos...
Durante unos minutos, mientras los
alumnos se instalan “cómodamente”, reina la confusión. Sin embargo, todo caos
precede al ordenamiento… Cuando finalmente todos han encontrado un lugar cerca
del escritorio, y parecen estar dispuestos a prestar atención, comienzo a sacar de mi maleta a los
invitados:
…Este es Rilke, muy querido
para mí, tiene una historia intensa, era un hombre apasionado, ¡un gran poeta!,
hay un acontecimiento de su vida que me impacta mucho: su muerte. Escribió en
un libro llamado Los cuadernos de Malte Lauris Brigge la siguiente frase: “…todos tienen su muerte
propia”. ¿Y saben cómo murió…? Murió
luego de cortar una rosa para regalarla a una mujer, se pinchó el dedo y como padecía
hemofilia, la hemorragia hizo que la herida se infectara, el único modo de
salvarlo era cortando su mano. Rilke se negó rotundamente a ello, recordó lo
que había escrito: “Todos tienen su muerte propia”, y pensó en su vida, recordó que escribió un
libro entero dedicado a la rosa, ¡qué mejor muerte para un poeta que morir por
la espina de una rosa a la que dedicó tantos versos…¡ Todos tienen su muerte
propia.
Así,
fui presentando uno a uno a los autores que salían de mi maleta con sus anécdotas
y sus pasiones, vestidos de palabras. Cuando terminé de presentarlos y percibí
que los jóvenes los sentían con vida, les hablé de un sistema adivinatorio muy
interesante:
Hace
algún tiempo un grupo de poetas y pintores que iniciaron el surrealismo se reunían a jugar algo que llamaron
“bibliomancia”, yo decidí cambiar la
dinámica y llamarlo “poemancia” porque la mayoría de los invitados ese día eran
libros de poesía, (hay quien realiza esta consulta con los libros sagrados, los libros sagrados fueron escritos en verso...); a todos nos inquietan los sistemas de adivinación, forman
parte de un íntimo anhelo de develar los misterios.
Piensen en una pregunta y
elijan el libro que creen puede responderla. Cuando hayan elegido la pregunta y
el libro, abran al azar una página y lancen su dedo como una saeta hacia un
espacio de la página. Luego interpretaremos
qué les ha dicho el libro.
Todo
acto lector implica un entramado sistema hermenéutico. Todo sucede en el
cerebro en cuestión de segundos, una maravillosa red tejida en una mínima
fracción de tiempo, un tapiz de información engendrado en los meandros de la
mente… un mundo de significados en caleidoscopio. Bastaría que una palabra no
encontrara en nosotros el eco de la experiencia, de la familiaridad -como son
los términos que no comprendemos- para que la danza caiga desde el abismo y se
colapse el castillo de naipes… pero si todo avanza por los caminos seguros del
verbo, encontraremos la salida, se hará la luz.
Absolutamente
todas las ocasiones en que he realizado esta actividad lúdica, ha sido una
experiencia entrañable y sorprendente. No hay nada que no esté en los libros,
en los libros están todas las respuestas, porque los libros son las voces de
los hombres, con sus pasiones, sus terrores, sus ilusiones.
Mientras realizábamos las preguntas a los libros, una
joven maestra entró al salón de clase a dar un recado, y quedó fascinada
por lo que vio que sucedía ahí. Los alumnos la invitaron a participar y ella
preguntó a Szymborska: ¿Debo casarme? Su mano cayó en la página 123, justo en la estrofa del último verso. Y
el libro respondió:
Nos
acercamos uno al otro. No sé si llorando,/ o acaso sonriendo. Un paso más / y
escucharemos juntos tu concha marina,/ y en ella, qué murmullo de miles de
orquestas,/ qué marcha nupcial la nuestra.
Sólo
puede negar la magia quien no ha sentido latir un libro entre sus manos. La
labor de un maestro es mostrar que las palabras en un libro están vivas y su
vida se contagia; que hay palabras que encienden como cerillos la sangre…, ya
decía Borges: “Creo que uno sólo puede enseñar el amor de algo, yo he enseñado
no la literatura inglesa, sino el amor a esa literatura. O mejor dicho, ya que
la literatura es ciertamente infinita, el amor a ciertos libros, a ciertas
páginas, quizá a ciertos versos…”
Al
día siguiente de aquella sesión, los alumnos me esperaban en el pasillo para
ver qué libro traía bajo el brazo
(siempre salgo de casa con un libro para leer en los recesos, un libro
que no tiene nada que ver con el tema de la clase); mis alumnos habían quedado
impactados con la sesión anterior y querían preguntar de nuevo… Aquel libro,
que recién había comprado y lucía sus páginas aún lisas e intactas, regresó a
mí al final del día con demasiadas "huellas" de uso…, muchas manos ávidas habían
buscado en sus páginas las respuestas a sus secretas inquietudes, regresó a mí,
como retorna a casa un amante al que se
acaba de estrechar con ardor alborotando sus cabellos y estrujando sus
ropas: Rafael Cadenas, obra completa, resultó un éxito, ¡queremos un ejemplar, maestra! ¿Dónde lo
podemos comprar? la poesía estaba
haciendo de las suyas, se volvía
imprescindible para los asuntos del corazón. La poesía, uno de los géneros más difíciles
cuando intentamos enseñarlo como una serie de reglas para la versificación,
pasaba de mano en mano, de corazón en corazón.

Y
fuera del salón de clases… Sucedió un día que llevé a mis alumnos al cine. Al
salir fuimos a un café y me pidieron otra sesión de “poemancia”, pero había
dejado mi libro en el carro, sólo traía una pequeña libreta, siempre tengo a la
mano una libreta para anotar pensamientos que de repente llegan, poemas que
aparecen cuando voy por la calle y me cruzo con una imagen poética, versos que
leo y no quiero dejar olvidados al cerrar el libro, también hay números
telefónicos, direcciones, correos….
¿Cómo podía esa pequeña libreta roja del FCE servir para el sagrado
ritual de la poesía? Pero era el único “libro” que traía.
En
la intimidad de aquel café las preguntas fueron más comprometedoras, hablaban
más sinceramente de sus inquietudes, quedé sorprendida: ¿Mi madre tiene un amante? R: Y emanaciones misteriosas, y secretos
/¿Lo quiero? R: “juntos somos
anteriores a nosotros”/ ¿Me quiere Maria
Teresa? R: “el confín del universo”/ ¿Cómo
está mi papá? R: Campana
herida…
Y
había en ese alumno una lágrima…
congelada en el rincón de su mirada…
Lo
más sorprendente fue que aún los números de un código postal respondieron a la
pregunta que Vivi había formulado en
silencio ¿Quién de todos los chavos que
me rondan me conviene? Su dedo cayó sobre un código postal: 11000, Vivi miró el número, arqueó las
cejas, se quedó un momento pensativa, luego
su rostro se llenó de rubor y me miró con asombro, no lo podía
creer: al hacer la pregunta había
pensado en tres pretendientes ricos que no significaban nada para ella, tres
ceros en su corazón, y en un joven al
que sus padres no aprobaban por su
condición sencilla, pero tan cercano a ella como los dos primeros números que
aparecían en el código postal, tan cercano, igual y paralelo... A partir de aquellas experiencias
mis alumnos aprendieron que la literatura es más que un montón de páginas
impresas, más que signos. Y que para
leer hay que interpretar, es la fórmula
mágica para que todo adquiera sentido.
¡La
poesía es como un día sobrenatural! Y los alumnos aprendieron a escuchar el
sermón de lo inanimado.