sábado, 14 de enero de 2012

Para una nueva lectura del Flautista de Hamelin


"¡Alégrense, ratas!
El mundo se convirtió en una enorme despensa.
Así que masquen, tasquen, desayunen, almuercen, merienden y cenen."
Robert Browning




Cuando era niña conocí el cuento del Flautista de Hamelin, y haciendo honor al género “cuento de hadas”, se quedó en mi memoria. La historia está en el imaginario colectivo, es de conocimiento popular, y se han hecho muchas adaptaciones, resumiré algunos de los puntos con la intención de analizarla a la luz de los acontecimientos actuales, espero que con la ayuda de la imaginación puedan leer entre líneas algunas analogías:
Ilustración de María Wernicke
En un pueblo mal gobernado surge una terrible peste: ratas. El pueblo clama a las autoridades, pero éstas no saben cómo detener la catástrofe. Aparece un misterioso joven con una flauta ofreciendo liberarlos por cierta cantidad. Prometen pagarle lo convenido para que acabe con las ratas. El flautista toca su instrumento y las ratas lo siguen hasta un río, donde mueren ahogadas. El flautista vuelve a cobrar, pero el alcalde se niega a pagarle, piensa lo que podría hacer con ese dinero, ¡tantas cosas! Además las ratas ya desaparecieron… El alcalde  sugiere al flautista que se conforme con algunas monedas. El flautista se niega y vuelve a tocar su flauta, los que lo siguen ahora son los niños, estos desaparecen tras una montaña siguiendo al misterioso músico…

+
Al rastrear los orígenes del cuento encontramos que relata un acontecimiento ocurrido en Hamelin (pequeño pueblo alemán) en 1284, un vitral del año 1300  reproduce la trágica catástrofe, de la desaparición de 130 niños. 

El cuento original debió circular mucho tiempo de generación en generación reflejando un acontecimiento histórico trasformado por el sistema mítico de la tradición oral.  Al paso del tiempo lo que más se recuerda es que el flautista se lleva a las ratas,  sin embargo la mención de la plaga en el cuento se añade hasta el siglo XVI, las ratas son un símbolo claro de una sociedad en decadencia, tal vez por eso el cuento sigue contándose... Actualmente, por medio de la censura ejercida sobre los cuentos de hadas (que a pesar de no haber nacido como narraciones infantiles, terminaron identificadas como literatura para niños), se ha eliminado el pasaje en el que el flautista se lleva a los infantes y desaparecen para no volver jamás (es raro que la censura termina eliminando precisamente los motivos por los que nace una historia). Para efectos de esta breve reflexión, y de su relación con nuestra sociedad moderna, debemos retomar la leyenda, con el elemento clave que la generó: los niños.

Ilustración de María Wernicke
Si las autoridades no atienden urgentemente las terribles plagas que amenazan a nuestra sociedad, los niños serán los más afectados, seremos una tierra baldía, un pueblo sin las risas y los juegos libres de las nuevas generaciones, la simiente de nuestra sociedad será llevada al abismo por una melodía fantasmal. Si las autoridades prefieren quedarse con la bolsa de dinero, si no invierten en la educación, en la cultura, en todo aquello que puede eliminar la peste que padece nuestra sociedad, si el pueblo permanece en silencio ante las injusticias, si los ricos siguen tranquilos mientras no se vea afectado su estilo de vida, si las escuelas siguen siendo impositivos sistemas de control mental, si las universidades sólo producen títulos, si las iglesias se preocupan más por las diferencias en los cultos que por las semejanzas del camino espiritual, si los hombres temen a la mujer por lo que ella despierta en ellos, y las mujeres temen el hombre por la violencia física o psicológica que ellos emplean para defenderse de este “hechizo”. Si la televisión entrega historias manipuladas y anuncios que venden felicidad empaquetada en marcas, si los padres imponen a sus hijos reglas para estar ellos más cómodos en lugar de escuchar y comprender la esencia de cada niño, si los hombres reprimen a mujeres inteligentes y señalan el hogar como su única fuente de “salvación” mientras otras madres prefieren trabajar sólo para mantener niveles sociales elevados, si un sistema social disfuncional está lleno de madres que trabajan por el pan de cada día y dejan a sus hijos en la guardería porque no hay otro modo de salir adelante. Si el hombre abusa de la naturaleza, destruye el entorno, si no se priva de las comodidades que le cuestan savia a los árboles, si no escucha a los científicos que anuncian soluciones sólo porque estas soluciones son caras, o estas soluciones hacen que algunos magnates dejen de obtener ganancias. Si hay quienes se aprovechan de los movimientos sociales para echarse unos pesos a la bolsa, hombres que critican el engaño de los gobiernos al mismo tiempo que ellos engañan en casa a sus mujeres.
Mientras no se haya liquidado la deuda con la tierra, la cultura, los valores y la educación, únicos capaces de liberarnos de las ratas, los niños pagarán los platos rotos de una sociedad ciega y frívola.


Yolanda Ramírez Míchel

A continuación adjunto el poema de Robert Browning, poeta Inglés (1812-1889) sobre el tema:
El Flautista de Hamelin             



                    I

El poblado de Hamelin está en Brunswick
Cerca de la famosa ciudad de Hanover
El río Weser, ancho y profundo
Moja sus paredes en el lado sur;
Un hermoso cuadro nunca visto;
Pero, cuando empezó mi canción,
Hace casi quinientos años,
¡Que lástima!, ver sufrir a la gente
Por culpa de esos bichos.

                    II

¡Ratas!
Se peleaban con los perros y mataban a los gatos,
Y mordían a los bebes en sus cunas,
Comían los quesos de los moldes,
Y chupaban la sopa directamente de los cucharones de los cocineros,
Partían los barriles de sardinas saladas,
Anidaban en los sombreros domingueros de los hombres,
Y arruinaban las charlas de las mujeres
Ahogando sus voces
Con gritos y chillidos
En cincuenta diferentes sostenidos y bemoles.

                          III

Al fin el pueblo en bloque
Se congregó en la municipalidad:
"¡Que quede claro!", gritaron, "¡nuestro intendente es un inútil;
Y nuestro consejo un escándalo!
¡Pensar que nosotros compramos ropas elegantes
Para imbéciles que no pueden determinar
Lo mejor para librarnos de esta plaga!
¿Ustedes creen que porque son gordos y viejos,
Van a encontrar sus funciones más fáciles?
¡Arriba señores! ¡Den a sus cerebros una sacudida
Y encuentren el remedio que nos está faltando,
O tengan por seguro que los mandaremos a empacar!"
Con esto el intendente y el consejo
Quedaron bajo una terrible consternación.

                            IV

Una hora se reunieron en consulta
Y al final el intendente rompió el silencio:
" Por una moneda he de vender mi traje;
¡Cómo desearía estar lejos de aquí!
Es fácil ordenarle a uno que se sacuda el cerebro—
Estoy seguro que mi pobre cabeza volverá a dolerme,
Ya la he estrujado, y todo en vano.
¡Ah, que daría por una trampa, trampa, trampa!"
Justo cuando decía esto, ¿qué pudo pasar?
Un suave golpe en la puerta de la cámara.
"¡Por Dios!", gritó el intendente, "¿que sucede?"
(Sentado entre los miembros del consejo,
Se lo veía pequeño, aunque terriblemente gordo;
Sin brillo en sus ojos, no más húmedos
Que una ostra demasiado larga y abierta,
Salvo cuando su panza sufría turbulencias
Frente a un plato de tortuga verde y gelatinosa)
"¿Son solo unos pies que se arrastran en la alfombra?
¡Cualquier cosa que suene como una rata
Hace que mi corazón lata violentamente!"

Ilustración de Virginia Reverdito

                                 V

"¡Entre!"— Gritó el intendente, incorporándose:
¡Y así entró la figura más extraña!
Su saco largo, tan raro, que iba de los pies a la cabeza
Era mitad amarillo y mitad rojo,
Y él mismo era alto y flaco,
Con ojos azules, penetrantes, cada uno como un botón,
Su pelo claro y suelto, su piel oscura,
sin patilla en las mejillas, y sin barba en el mentón,
Y labios donde las sonrisas iban y venían;
Sobre sus amigos y parientes, nadie pudo conjeturar:          
Ni nadie pudo tampoco admirar lo suficiente
Al hombre alto y su antigua vestimenta.
Uno dijo: "¡Es como si mi tatarabuelo,
Marchando al compás de las trompetas del Día del Juicio Final,
Hubiera hecho este camino desde su colorida tumba!"


                                      VI

El se aproximo a la mesa del Consejo:
Y, "Con permiso Su Señoría", dijo, " yo estoy capacitado,
A través de un hechizo secreto, para atraer
A todas las criaturas que viven bajo el sol,
Que se arrastran, o nadan, o vuelan, o corren,
Atraerlas detrás mío, en una forma que nunca se ha visto.
Y yo principalmente uso mi hechizo
En criaturas que dañan a la gente,
En el topo, el sapo, el tritón y en la víbora;
Y todo el mundo me conoce por el flautista."
( Y en este punto ellos notaron alrededor de su cuello
Una bufanda a rayas rojas y amarillas,
Que armonizaba con su saco hecho del mismo paño,
Y en una punta de la bufanda colgaba una flauta;
Y notaron también, sus dedos, que se movían sin pausa
Como impacientes por tocar
En la flauta, que colgaba a baja altura
Sobre su vestidura anticuada)
" Y aunque," dijo, " parezco un pobre flautista,
El pasado junio, liberé al Reino de Tartaria,
De un enorme enjambre de jejenes;
Alivié en Asia al Nizam
De una monstruosa camada de murciélagos:
Y en cuanto a lo que atormenta sus mentes,
¿Si logro eliminar las ratas de la ciudad,
Me darán ustedes mil monedas?"
" ¿Mil? ¡Cincuenta mil!"--fue la exclamación
Que dieron asombrados, el Intendente y su Consejo.


                           VII

El flautista se paró en la calle,
Sonriendo primero con una pequeña sonrisa,
Como sabiendo la magia que duerme
en su modesta flauta;
Y entonces como un músico experto,
Frunció sus labios para soplar la flauta,
Y sus agudos ojos verdeazules parpadearon,
Como una llama de vela rociada con sal;
Y antes de que la flauta diera tres notas,
Se escuchó como si un ejército murmurase;
Y el murmullo se fue haciendo un estruendo;
Y el estruendo se convirtió en un fuerte retumbo;
Y hacia afuera de las casas las ratas se revolcaban.
Ratas grandes, ratas pequeñas, ratas flacas, ratas fornidas,
Ratas marrones, ratas negras, ratas grises, ratas tostadas,
Serias viejas aplicadas, alegres jóvenes juguetonas,
Padres, madres, tíos, primos,
Con sus colas paradas y sus bigotes erizados.
Familias por decenas y docenas,
Hermanos, hermanas, maridos, esposas--
Siguieron al flautista con gran entusiasmo.
Calle tras calle él sopló avanzando,
Y paso a paso ellas lo siguieron bailando.
Hasta que llegaron al río Weser,
¡Donde todas se zambulleron y murieron!
—Salvo una quién, valiente como Julio Cesar,
Cruzo a nado y sobrevivió para llevar
( Como el conquistador Romano con su manuscrito)
A 'Ratalandia', su hogar, el siguiente comentario:
Que decía así, "A la primera nota de la flauta
Escuché un sonido como de tripas que se agitan,
Como de manzanas, maravillosamente maduras
Cayendo dentro de un lagar de cidra,
Y de un abrir de frascos de pickles,
Y de entornar de tapas de conservas,
Y de un descorchar de frascos de aceite,
Y de un romper las cubiertas de los barriles de manteca,
Y de parecer, en fin, como si una voz
(Mas dulce que la voz del arpa)
Dijera, ¡Oh ratas, disfruten!
¡El mundo se ha convertido en una gran cocina!
¡Entonces coman, masquen, tomen sus viandas,
Desayuno, almuerzo, cena, refrigerio!
Formando todo un compacto jugo azucarado,
Y justo cuando estaba por alcanzar
Ese compacto barril de delicias,
Que brillando como el sol
Parecía decirme: '¡Vení, perforame!'
—Me vi arrastrada por el río Weser."
Ilustración de Virginia Reverdito


                                  VIII


Deberías haber escuchado a la gente de Hamelin
Tocar la campana hasta magullar el campanario.
"Vayan", gritó el intendente, "¡Y tomen palos largos,
Remuevan los nidos y tapen los agujeros!
Consulten carpinteros y albañiles,
Que no quede ni rastro en nuestro pueblo
de las ratas!"— Cuando, de repente, el flautista
Apareciendo en el mercado con su carita pícara
Dijo: "¡Primero, si no se ofenden, las mil monedas!"


                                IX


¡Mil monedas! El intendente se puso verde;
Y lo mismo hicieron los del Consejo.
Las cenas administrativas hacían estragos
Con los vinos Claret, Mosella, Borgoña y del Rhin,
Y con solo la mitad de ese dinero
Repondrían los barriles de su bodega.
¡Pensar en pagarle esa suma a un vago
Que viste un saco de gitano rojo y amarillo!
"Además," dijo el intendente, con un guiño cómplice,
"Nuestro negocio terminó en el borde del río;
Hemos visto el hundimiento de los bichos,
Y lo que está muerto, creo, no puede volver a la vida.
De todas formas nosotros no somos gente de retroceder,
Ante la obligación de darte algo de beber,
Y un poco de dinero para que pongas en tu bolsillo;
Pero de las monedas que hablamos,
De ellas, como bien sabés, fue un chiste.
Además, las pérdidas que sufrimos nos han vuelto ahorrativos.
¡Mil monedas!, por favor, Vení, ¡llevate cincuenta!"


                                    X


El flautista ofendido gritó
"¡Esto es una estafa! ¡y no tengo tiempo para esperar!
He prometido visitar a la hora de la cena
Bagdad, y he aceptado la invitación
Del cocinero principal, hombre rico, que me agradece
El haber exterminado unos escorpiones,
Que invadieron la cocina del Califa.
Con él, no necesité regatear,
Y en cuanto a ustedes, ¡no crean que me daré por vencido!
La gente que hace que me enoje
Puede lograr que sople en otra dirección."


                           XI


"¿Cómo?" gritó el intendente, "¿Pensas que voy a aguantar
Que me traten peor que a un Cocinero?
¿Insultado por un vago irrespetuoso
Que lleva una flauta inútil y un vestido colorinche?
¿Nos estás amenazando, muchacho? ¡Adelante,
Soplá tu flauta hasta que revientes!"



                            XII


Una vez mas el flautista se paró en la calle
Y nuevamente sobre sus labios
Puso su flauta larga, su caño suave y recto;
Y antes de soplar tres notas (tan dulces y
Suaves notas; nunca el genio de un músico
Dio melodía tan embelesada)
Hubo un susurro que se pareció a un bullicio
De alegre muchedumbre empujando, saltando, cantando,
Pequeños pies golpeando, zapatos de madera martillando,
Pequeñas manos aplaudiendo y pequeñas lenguas parloteando,
Y como gallinas en el campo cuando se desparrama la cebada,
Salieron los niños corriendo,
Todos los chicos y las chicas,
Con sus mejillas rosadas y sus rulos rubios,
Sus ojos brillantes y sus dientes como perlas,
Saltando ligero, con gritos y risas,
Corrieron alegres detrás de la maravillosa música.
Ilustración Virginia Reverdito



                                    XIII


El Intendente estaba duro, y el Consejo mudo
Como si se hubieran convertido en bloques de madera,
Incapaces de moverse o de gritarles
A los chicos que alegremente saltaban,
—Solo podían seguir con los ojos
Esa feliz muchedumbre que seguía al flautista.
El Intendente estaba sorprendido
Y los miembros del Consejo solo atinaban a golpearse el pecho,
Mientras el flautista se desviaba de la calle principal,
Hacia donde el río Weser agita sus aguas
¡Justo frente al camino que seguían sus hijos!
Sin embargo, el flautista cambiando de rumbo,
Dirigió sus pasos hacia el monte Koppelberg,
Y detrás de él los pequeños saltando;
Al ver esto los padres se sintieron aliviados.
"¡El nunca podrá cruzar la gran montaña!
¡Se verá forzado a apagar su música,
Y podremos ver a nuestros niños detenerse!"
Pero cuando ellos alcanzaron la ladera,
Un maravilloso y extenso portal se abrió,
Como si una caverna repentinamente se hubiera cavado,
Y el flautista avanzó, seguido por los pequeños,
Y cuando ya todos estuvieron adentro,
La puerta de la montaña se cerró de golpe.
¿Dije todos? ¡No! Uno que era rengo, quedó atrás,
Al no poder bailar como los otros todo el largo del camino;
Y después de unos años, si alguien le reprochaba
Por su tristeza, él solía decir,—
"¡Desde que mis compañeros se fueron, es el pueblo el que está triste!
Y además no puedo olvidar que quedé privado
De las placenteras vistas que ellos ven,
Esas que el flautista me prometió a mi también,
Porque yo los guío, dijo el flautista, a una alegre tierra,
Muy cerca, aquí nomás,
Donde el agua fluye y crecen frutales,
Las flores alegran con sus colores
Y todo es extraño y nuevo:
Aquí los gorriones son más brillantes que los pavos reales
Y los perros más veloces que los venados,
Las abejas han perdido sus aguijones,
Y los caballos nacen con alas de águilas:
Y justo cuando me aseguraba
Que mi renguera se curaría pronto
La música se detuvo, y yo también,
Y entonces quedé solo, contra mi voluntad,
Para seguir ahora rengueando como antes,
¡Sin escuchar nada mas de aquel hermoso país!"



                        XIV


¡Pobre, pobre Hamelin!
¡Les vino a la cabeza a muchos vecinos
Aquel texto que dice que es mas fácil,
Que un camello pase por el ojo de una cerradura
A que un rico pase por la entrada del cielo!
El Intendente mandó, Este, Oeste, Norte y Sur,
Bajo palabra, una oferta al flautista,
En todas partes grupos de hombres lo buscaron,
Para ofrecerle oro y plata,
Si solamente regresaba por donde se fue,
Trayendo a todos los chicos detrás de él.
Pero cuando se dieron cuenta que era en vano,
Que el flautista y los niños se habían ido para siempre,
Lanzaron un decreto por el cual,
Todos los abogados debían fechar los documentos
Con la siguiente fórmula:
"A tantos meses y días de lo que sucedió aquí
Desde el veintidós de julio,
De mil trescientos setenta y seis".
Y también, para recordar la ruta donde
los niños fueron vistos por última vez,
la llamaron "La Calle del Flautista".
Nadie podrá en este lugar tocar flauta o tambor,
Bajo pena de perder su trabajo.
No sufrirían tampoco que tabernas o posadas
Sobresalten con algarabía una calle tan solemne,
Y frente al lugar de la caverna,
Escribieron la historia en una columna,
Y en la gran ventana de la iglesia pintaron
Lo mismo, para dar a conocer al mundo,
Como sus hijos fueron robados.
Y todo sigue allí, hasta hoy día.
Y tampoco debo omitir,
Que en Transilvania hay una tribu,
De gente muy especial, que tanto asombra a sus vecinos,
Y asegura que sus extravagantes maneras y vestidos,
Son herencia de sus padres y madres que se han elevado,
Desde una prisión subterránea
En la cual fueron encerrados,
Por una potente música, hace muchos años.
Venían de Hamelin de la tierra de Brunswick,
Sin saber el cómo ni el porqué del traslado.


                               XV


Entonces, Carlitos, tengamos, vos y yo,
Cuentas claras con todos los hombres— ¡especialmente flautistas!
Y, cuando un flautista nos libere de ratas y ratones
Si nosotros le prometimos algo, ¡cumplamos nuestra promesa!

2 comentarios:

  1. Que interesante manera de ver el cuento y hacerlo actual. No lo había visto desde esta perspectiva, pero tienes razón: si no actuamos hoy, estamos condenando a nuestros hijos a un futuro en donde no habrá inocencia, asombro y esa paz que tienen los niños cuando están felices.
    No conocía el poema ¡gracias por esta entrada!
    un beso,
    Ale.

    ResponderEliminar
  2. Los cuentos siempre con sus tesoros... sólo hay que bucear un poco y traerlos hacia la superficie.

    ResponderEliminar

Enuma Elish presentación en Chapala