La gran Madre
Cada parte de esta tierra es
sagrada para mi pueblo.
Jefe Seattle, 1855
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Venus de Laussel, tallada en una cueva durante el Paleolítico Superior. |
El homo tecnos devasta la naturaleza, su madre. Pero
este abuso del ecosistema es en realidad un hecho reciente si tomamos en cuenta
los millones de años desde que la especie humana apareció en la tierra: el australophitecus hace 4 millones de años; el homo habilis hace 2.5 millones de años;
el homo erectus hace 1.6 millones; y
finalmente el homo sapiens sapiens, hace 130,000 años (todas fechas
aproximadas). Desde entonces la especie
humana evoluciona, se adapta, crea formas de supervivencia, y finalmente somete a todas las especies (incluidos otros
hombres también) para obtener bienestar.
Durante el paleolítico
y el neolítico (términos con los que identificamos la prehistoria) se respetaba
la tierra al grado de considerarla con todo y sus arrebatos de inclemencia, una
divinidad. Los arqueólogos han encontrado imágenes de una diosa, La Gran Madre, que contenía en sí
misma, como la naturaleza, los principios de vida y muerte, formas
absolutamente vinculadas dentro de los ciclos de la vida. La adoración a esta
divinidad femenina durante miles de años llevaba implícita una actitud
respetuosa hacia el entorno y todo lo que lo habita, por ejemplo: si el cazador
debía matar para conseguir alimento pedía al espíritu del animal permiso para
ello; así mismo, celebraban rituales para agradecer al dios que volvía cada
primavera en los brotes de trigo. Los primeros hombres que tuvieron consciencia
de la muerte observaban la luna y en su ciclo de cambios y resurgimientos
encontraban la respuesta de su íntima pertenencia a un ciclo de vida donde el
ser individual es apenas una manifestación del eterno gran devenir dentro del
vientre de la tierra, su madre.
De este modo para el
hombre de la prehistoria, y para algunos hombres y mujeres a lo largo del tiempo, la naturaleza es sagrada, y afectarla con
nuestras actividades es una falta grave. Los lagos son las venas por donde
corre la vida, las montañas son curvas
generosas de su cuerpo, los árboles pulmones purificadores y todos los que
habitamos en ella sus hijos.
Si la generación que
ahora devasta el planeta considerara de nuevo la tierra, igual que el hombre de
la prehistoria, como una manifestación maternal del espíritu divino, muy otra
sería la penosa situación actual. ¿Osaríamos contaminar un río si tuviéramos la
consciencia de que son las venas de nuestra madre? Tal vez el hombre sea la única
raza que en su evolución camina hacia la autodestrucción, tal vez Darwin estaba
equivocado, y algunas especies en lugar de seleccionar para la supervivencia a
los más aptos, elige a los más egoístas y ciegos.
Este artículo apareció en el diario Ocho Columnas en mayo del 2010 y es una síntesis de la ponencia que se presentó en la CEG (Centro de Estudios de Género) de la Univesidad de Guadalajara en mayo del 2009.
Posteriormente el tema se expuso durante el I Dialogo Multicultural (2013) realizado en Guadalajara Jalisco
Este artículo apareció en el diario Ocho Columnas en mayo del 2010 y es una síntesis de la ponencia que se presentó en la CEG (Centro de Estudios de Género) de la Univesidad de Guadalajara en mayo del 2009.
Posteriormente el tema se expuso durante el I Dialogo Multicultural (2013) realizado en Guadalajara Jalisco